Una primera idea del mundo a la que resisten los centinelas de la aurora, es la que considera al hombre como un simple animal. A la mayoría de la gente les parecerá evidente que somos más que simples animales. Sin embargo, parece que algunos están ciegos a esta realidad, y nos incentivan a que nos portemos como animales.
Lo que el mono no sabe
Un día, dando catequesis a unos chicos del secundario, uno de ellos empezó a decirme que el hombre es un mono, y su compañero hasta me dijo cual especie de mono, con el nombre científico, y me di cuenta que aquella misma mañana algún profesor de ciencias naturales les había contado esto.
Y se me vino una respuesta: les expliqué que hay algo que el hombre puede saber y que ningún mono, aunque fuese muy, muy, muy inteligente, nunca podrá saber. Me miraron con ojos interrogativos. «El hombre, dije, puede saber que Dios lo ama y que Jesús murió en la cruz para perdonar sus pecados, y el mono no lo puede saber». Con esto se olvidaron de hablarme más de los monos.
Después pensé que hubiera sido interesante preguntarle a este profesor de ciencias naturales si creía sinceramente ser un mono… Porque la educación, me parece que es precisamente esto: ayudar a los chicos a ser cada vez más humanos y menos animalitos salvajes. Y me pregunto si el hacerles creer que son monos los ayuda a ser más humanos.
¿Un simple animal?
Hay una gran diferencia que hace que el hombre es distinto de todos los animales. Fue por eso que Adán, en el paraíso terrenal, a pesar de estar rodeado de miles de animales, se sentía solo. No es solamente que le faltaba la persona del sexo opuesto, sino que el ser humano, hombre y mujer, está solo en cuanto persona en el mundo visible. Adán se da cuenta que tiene algo sustancialmente diferente de los animales. No encontraba con quien relacionarse y comunicar lo más profundo de su ser. (Juan-Pablo II, Catequesis del 24 de octubre de 1979 = Ver Teología del cuerpo, 6.3). Para saber más:¿Porqué se sentía solo Adán?
Dios da el alma
Es que el ser humano tiene un alma espiritual, dotada de entendimiento, voluntad y libertad, capaz de amar a imagen de Dios. Y cuando se unen los esposos para dar la vida, pasa algo que no pasa con ningún otro animal: Dios sopla para que la persona exista, el Señor infunde el alma. Ellos forman el cuerpo con su sangre, pero el Señor forma el alma.
Por eso se dice que los padres son procreadores, no creadores. Dios crea y los padres procrean, actúan como enviados de Dios para cumplir, libre y responsablemente, la misión: «Sean fecundos y multiplíquense» (Gn 1, 28). A veces se olvidan de esto, piensan que son ellos solos que dan la vida.
Único y amado
Por eso el Concilio Vaticano II afirma: «La persona humana es la única creatura en la tierra a la que Dios ha amado por sí misma» (La Iglesia en el mundo de hoy, ver Gaudium et spes, nº 22). Y el Catecismo afirma: «Cada ser humano, único e irrepetible, puede decir que ha sido amado antes mismo de su concepción. Cada persona humana, desde su concepción está destinada por Dios a la bienaventuranza eterna» (Catecismo…, nº 1703).
Imagen de Dios
El hombre ha sido creado a imagen de Dios. “Dios los creo a imagen suya, varón y mujer los creó” (Gn 1, 27). «La imagen divina está presente en todo hombre» (Catecismo…, nº 1702).
¿Qué imagen de Dios? La persona humana tiene una razón y una voluntad. «Por la razón es capaz de comprender el orden de las cosas establecido por el Creador. Por su voluntad es capaz de dirigirse por si misma a su bien verdadero. Encuentra su perfección en la búsqueda y el amor de la verdad y del bien» (Catecismo…, nº 1704). También es imagen de Dios porque tiene un corazón, capaz de recibir el amor de Dios y de amarlo.
Los monos no pueden pecar
Por eso los monos no pueden pecar, tampoco pueden reflexionar como lo estamos haciendo, en qué significa ser mono… Es que los monos no tienen esta facultad propia del ser humano, el entendimiento y la voluntad. ¡No tienen libertad! Los monos tienen un instinto infalible, que les indica lo qué es bueno para ellos, pero no tienen libertad capaz de elegir.
¡Se portan como animales!
Igual que nuestro toro, que un día rompió las barreras y se escapó a dos kilómetros de distancia para hacerse amigo con las vacas del vecino. Esto es el instinto. No es libertad, el toro es determinado por su instinto. El hombre es capaz de dominar sus instintos.
Y nuestros perros, cuando les doy de comer algún resto de la mesa, después me conocen y me siguen amistosamente durante un par de días. Después se olvidan de mí, no me conocen más. Son capaces de pelearse incluso lastimarse hasta sangrar por un pedazo de carne. No comparten, no piensan en el otro. El más rápido y el más fuerte, es él que se va a comer todo, si es capaz antes que llegue el otro. Son así, son perros. Eso es el instinto. El perro no puede pecar, no sabe qué es el bien y el mal, sigue su instinto. No tiene libertad.
El hombre en cambio está dotado de libertad. Es capaz de dominar sus instintos, elegir el bien y renunciar al mal.
Ahora, cuando veas publicidades que te prometen “la felicidad en tu plato” o te invitan a “destapar felicidad”, vas a poder preguntarte : ¿a qué clase de felicidad me están incentivando?, y ¿porqué me incentivan a pensar así?