Hola, Mi nombre es Rand Mitbi, tengo 26 años y me recibí de la Facultad de Ciencias Naturales en Siria. En este momento preparo un Master en Alepo, también en Siria. Estoy con los Salesianos en el Centro Don Bosco en Alepo.
Alepo
Como saben, nuestra ciudad ha sido destruida, arruinada y quebrantada. El sentido de nuestras vidas ha sido anulado. Somos la ciudad olvidada. Viajé por aquí para encontrarme con ustedes, con 21 compañeros que representamos la familia salesiana en Medio Oriente, incluyendo Siria, Líbano y Egipto. También está con nosotros el Padre Simón, responsable de la comunidad Salesiana. Damos gracias a Dios por estar aquí con todos ustedes.
Puede resultar difícil para muchos de ustedes saber y comprender la plena amplitud de lo que está pasando en mi querido país, Siria. Me será muy difícil contarles una vida de sufrimientos en pocas frases. El dolor que está en nuestros corazones es demasiado grande para ser expresado en palabras. Pero voy a intentar compartir algunos aspectos de nuestra realidad con ustedes, hermanos nuestros en la fe.
Rodeados por la muerte
Cada día, vivimos rodeados por la muerte. Pero, como ustedes, cada mañana cerramos las puertas detrás nuestro, cuando vamos al trabajo o a la escuela. En aquel momento estamos tetanizados por el miedo, de que no vamos a volver y encontrar nuestros hogares y nuestras familias como los habíamos dejado. Tal vez nos van a matar ese día, tal vez van a matar a nuestras familias. Es un sentimiento difícil y doloroso saber que estamos rodeados por la muerte y las matanzas, y no hay forma de escapar, nadie para ayudar.
Dios, ¿donde estás?
«Dios, donde estas? ¿Por qué nos has abandonado? ¿Existes realmente? ¿Por qué no nos tienes misericordia? ¿Eres un Dios de amor?» Cada día pasamos unos minutos preguntándonos estas cosas… Yo no tengo respuesta… ¿Es posible que esto sea el fin, y que nacimos para morir en este dolor? ¿O nacimos para vivir, y para vivir la vida plenamente?
Lo que he vivido en esta guerra ha sido muy duro y difícil, pero me ha permitido crecer y madurar antes de tiempo, y ver las cosas de otra manera. Atiendo en el Centro Don Bosco en Alepo. Nuestro Centro recibe más de setecientos jóvenes, hombres y mujeres, que vienen en la espera de ver una sonrisa y escuchar una palabra de aliento. Están también buscando algo que les hace falta en su vida cotidiana: un trato verdaderamente humano. Pero me es muy difícil brindarles alegría y fe mientras me hacen falta en mi propia vida.
Vidas humanas perdidas
Hemos perdido muchos amigos en esta guerra, por ejemplo Jack, un chico que tenía 13 años, murió mientras esperaba el colectivo para ir a la clase de catecismo y a jugar con sus amigos. Desgraciadamente, la amargura de la guerra y el odio en los hombres mataron este chico. Anuar y Mikael nos dejaron una noche, y esperábamos volver a verlos al día siguiente en el Centro, pero desgraciadamente su sueño esta noche fue interrumpido cuando su casa fue destruida y se derrumbó encima de ellos, y fueron a juntarse con los ángeles en el cielo. Otros murieron, incluso mis amigos, Nur, Antonio, William, y muchos otros, hombres y mujeres, cuya única falta fue atreverse a creer en la humanidad. Han sido todos mártires en esta guerra sangrienta y sin sentido, que ha destruido nuestras almas, nuestros sueños y esperanzas. La destrucción de una vida humana es una perdida infinitamente mayor que la demolición de ladrillos y piedras.
Esperanza
A pesar de todo ese dolor, mi vida y la de mis amigos de la Iglesia sigue siendo una vida de servicio y ayuda alegre a los niños y adultos de nuestra ciudad. Seguimos los pasos de Don Bosco, cuya alegría crecía mientras respondía al dolor creciente. Vemos a Dios presente en un niño que va a buscar agua. Vemos a Dios en los que trabajan para rescatar a otros en peligro. Vemos a Dios en aquellos padres que no se dan por vencidos hasta que puedan traer alimentos a sus hijos.
A través de mi escasa experiencia, he aprendido que mi fe en Jesucristo es más fuerte que las circunstancias de la vida, y no es condicionada por una vida tranquila exenta de adversidades. Creo cada vez más que Dios existe a pesar de todo nuestro dolor. Creo que a veces, a través de nuestro dolor, él nos enseña el verdadero sentido del amor. Mi fe en Jesucristo es el motivo de mi alegría y mi esperanza. Nadie será capaz jamás de robarme esta alegría verdadera.
En fin, pido al bendito Señor que me otorgue a mí, a todos los que viven en Siria y en el mundo entero la gracia de depositar un toque de misericordia y de verdadera alegría en el corazón de cada persona que esté triste y abandonada. Este es el mensaje para cada cristiano en la faz de la tierra.
Les agradezco a todos, y les pido, en serio, que recen por mi lindo país, Siria. Jesús, confío en vos.