«Ven y sìgueme»: Jesús nos llama a El para llevar a la unidad a los hijos dispersos de Dios. Tenemos la misión de acercar a los hombres los unos a los otros. Es por eso que decidimos vivir primero nosotros mismos en comunidad, comprometiéndose cada uno de alguna manera por un acto de amor a amar al otro con todas sus fuerzas, hasta el fin, hasta dar su vida por él. Este propósito de amar siempre en todo lugar al otro tal como es, conocido por todos y compartido por todos, cumpliendo el mandamiento nuevo del Señor, edifica nuestra fraternidad y la convierte en apostólica; «Por eso conocerán…». Habitamos en nuestra propia casa religiosa, llevando allí la vida en común y no nos ausentamos sino con el permiso de nuestro superior. Para una ausencia prolongada, nos conformamos a las normas del derecho universal.
Hijitos míos, no amemos solamente con la lengua y de palabra sino con obras y de verdad. (1 Juan 3,18)
Estos actos concretos son para todo momento y conciernen a todos los órdenes de nuestra jornada: oración, ocupaciones, trabajos, comidas, esparcimientos y encuentros.
Se mantenían fieles en la oración." (Apocalypsis 2, 42)
Nuestra fraternidad en la oración comporta una fidelidad a:1
- tres momentos esenciales de la jornada: a la mañana, las Laudes con la oración mental; el Oficio del mediodía con un momento de silencio; a la tarde, una media hora consagrada a Vísperas y a una oración silenciosa.
- la celebración eucarística a la hora que convenga mejor.
- la hora de adoración semanal en presencia del Santísimo Sacramento expuesto, que se puede realizar en dos veces. Cuando es posible con gusto celebramos igualmente el Oficio de Lecturas y de Completas como también una corta oración mariana a la noche.
Nosotros no hemos permanecido ociosos entre ustedes." (2 Tessalonicos 3, 7)