«Ven y sigúeme»: Jesús nos llama a El para dar el Culto perfecto al Padre, para vivir solamente por el Señor, caminando en su presencia, actuando por amor a El. Esta vida de oración tiene sus tiempos fuertes a ejemplo de Cristo.
Padre, ha llegado la hora: glorifica a tu Hijo para que el Hijo te glorifique a ti, ya que le diste autoridad sobre todos los hombres, para que él diera Vida eterna a todos los que tú le has dado. Esta es la Vida eterna: que te conozcan a Ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo. Yo te he glorificado en la tierra, llevando a cabo la obra que me encomendaste". (Juan 17,14)
Tal es la Eucaristía, fuente y cumbre de toda nuestra vida y de toda nuestra acción.
Cada día en cuanto posible, los sacerdotes la celebramos y los laicos tomamos parte recibiendo el Santísimo Cuerpo de Cristo, estrechamente asociados a las disposiciones del amor de María en el Calvario y a su voluntad de colaboración a la obra de la redención.
A partir de nuestra comunión eucarística y por la fuerza que de allí sacamos1, queremos hacer de nuestras jornadas una glorificación al Padre, un anuncio de su nombre, una comunión fraternal.
Nuestra fe en la presencia real, la manifestamos particularmente por una hora de adoración semanal de toda la comunidad, como así también por momentos de oración personal de cada religioso.
Si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá. Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos." (Mateo 18,19-20)