San Francisco de Sales

Nuestro fundador nos dio como maestro espiritual a San Francisco de Sales (1567-1622)


La doctrina del obispo de Ginebra es notablemente adaptada a nuestra situación de vida comunitaria y apostólica. Ella constituye nuestra primera referencia porque “la búsqueda de Dios y la pasión por las almas siempre fueron en el centro de sus preocupaciones (L. Cognet). Sus dos obras maestras (la introducción a la vida devota y el tratado del amor de Dios) así que los «Vrays entretiens» y su correspondencia son una fuente inagotable en cuanto al amor de Dios, la caridad hacia el prójimo, y la prudencia en la dirección espiritual. Cita abundantemente a san Agustín, a san Bernardo y a santo Tomás. “El obispo de Ginebra es agustiniano; no obstante su voluntarismo escapa en gran parte al clima un poco sombrío del agustinismo corriente de aquel entónces. Hay en él, a pesar de todo, una visión de nuestra naturaleza deliberadamente optimista: se esfuerza así a escrutar atentamente ?la conveniencia que hay entre Dios y el hombre’ y que queda a pesar del pecado” (Idem).

San Francisco de Sales fue beneficiado por la abundancia espiritual de su tiempo, de esa ?invasión mística’ ,de la cual habla Henri Brémont, y que tiene su origen en el círculo de Madame Acarie, María de la Encarnación (1566-1618), fundadora del Carmelo en Francia y prima del cardenal de Bérulle. Lo que recibió de ese medio ferviente e ilustrado, lo puso al servicio del pueblo a él confiado y luego a la familia religiosa que fundó con la madre Juana de Chantal.

Pastor, ha trabajado durante todo su ministerio a traer de nuevo a la unidad de la fe católica a los calvinistas. Su correspondencia, y la mayoría de sus escritos, manifiestan su constante preocupación de hacer nacer y crecer el amor de Dios en el corazón de los fieles, cualquiera sea su situación social o eclesial. Todos están llamados a hacer la experiencia de una vida espiritual auténtica. Como bien lo escribe:

es una herejía querer alejar de la vida devota, la compañía de los soldados, la tienda de los artesanos, la corte de los príncipes, los matrimonios.”

Para vivir la perfección del amor, no hay necesidad de practicar las hazañas acéticas: se trata más bien de abandonarse a la voluntad de Dios tal cual nos está comunicada por la Santa Escritura, la enseñanza de la Iglesia y las inspiraciones del Espíritu Santo. En la vida cotidiana, las circunstancias y las necesidades son también los canales ordinarios por los cuales Dios nos hace conocer nuestra vocación del momento.

Este abandono a la voluntad divina es fuente de gran paz. Pero se basa en una fe viva y una caridad ardiente. Creer en Dios, amarlo más que todo y cumplir su voluntad, todo eso es uno en la vida del cristiano, como bien lo dice el santo a las hermanas de la Visitación: “Si me preguntáis ¿qué podría hacer yo para adquirir el amor de Dios?, yo respondería: queriendo amarlo. Al lugar de pensar y pedir ¿cómo podría hacer yo para unirme a Dios?, aplicad continuamente vuestro espíritu a Dios y os aseguro que llegaréis más rápido a vuestra pretensión que por otra vía.”

Esta primacía del amor se traduce por una gran humildad respecto a Dios. Se manifiesta también por la mansedumbre hacia el prójimo y la paciencia para consigo. Hemos de esperar todo de Dios, incluyendo sobretodo la perfección. Todo esto, dice el Obispo de Ginebra a sus hijas, “Dios nos lo dará infaliblemente, en la medida en la cual hagamos lo posible para adquirirlo y tengamos un corazón bueno”. Finalmente, es la esperanza que sostiene nuestro combate espiritual, que justifica todas nuestras infidelidades y que nos levanta de nuevo y nos anima cuando caemos.

San Francisco de Sales nos enseña a vivir como auténticos hijos del padre Lamy: entregarse entero para la gloria de Dios y el bien de las almas.