Nos indica así que esta referencia tiene un significado muy particular para él, y que ha decubierto en este gran monje, sus mismas intuiciones espirituales pero de una manera más desarrollada.
¿Cuáles son? Podríamos resumirlas así:
- Amor de la sencillez y de la humildad.
- Preocupación por la unanimidad de los corazones.
- Gran fervor hacia la madre de Dios.
- Gran respeto por las personas y su crecimiento en Dios.
Amor de la sencillez
Como bien sabemos, san Bernardo había reprochado a la abadía de Cluny su falta de sencillez, sus excesos en el lujo y en la liturgia. Ahora bien, Bernardo quería volver a lo esencial de la Regla de san Benito sin dejarse dispersar por todo lo que podía deleitar a la sensibilidad y alejarlo de Dios. Por esto preconiza una cierta sobriedad. Todo esto con el fin de llevar sus hermanos a sus propios corazones y cumplir esta ?conversión de la interioridad’ (según la expresión de Georges Duby). Nuestro padre Lamy se hace eco de esta espiritualidad insistiendo en la virtud del silencio, garantía de vida interior, poniéndola casi al mismo nivel que los tres votos de religión: castidad, pobreza, obediencia, silencio. Esta interioridad es la compañía inseparable de la humildad y el padre Lamy, del mismo modo que san Bernardo, invita a practicarla urgiendo a sus hermanos de no dejar el trabajo manual, ?siempre saludable’.
Unanimidad de los corazones
Bernardo, abad de Claraval, muestra su apego por la vida comunitaria, prohibiendo especialmente a sus monjes el eremitismo, practicado por los benedictinos, y los invita más que nunca a poner todo en común. El abad de Claraval considera ante todo la santidad de la comunidad entera, la cual avanza por completo hacia la santidad, tal como la escuadra de caballería del siglo XII, unida en su búsqueda espiritual. El padre Lamy insiste también con fuerza sobre esta unanimidad comunitaria, borrando todo deseo de ?voluntad propia’ (la expresión es de san Bernardo), plaga de las comunidades. Hay que preferir la ?voluntad común’, la voluntad de Dios, radicalmente elegida por cada uno, en preferencia a su propio querer; voluntad común que establece todas las cosas en la caridad.
El amor de Dios será la trama de su existencia”.
Amor a la Virgen María
En la eternidad, los corazones de Bernardo y del padre Lamy vibran al unísono por la Virgen Madre. Para san Bernardo es una contemplación infinita de la “mujer revestida de sol”, toda entera ardiendo por la divinidad; y, para el padre Lamy, una experiencia cotidiana de la ternura y solicitud exigente de la Virgen Poderosa: “Ella es muy buena pero no nos deja pasar nada”. Cada uno contempla en María esta madre de misericordia. Bernardo lo hace invocando a la Mater Misericordiae cantada por el Salve Regina, escrito a su época, y enriquecido, como un niño lleno de ternura por su madre, de las tres últimas aclamaciones: “o clemens, o pia, o dulcis…”. Para el padre Lamy es la madre que puede reparar todo hasta lo que ha muy mal empezado, hasta lo que parece irrecuperable:
si Dios en su cólera rompería el mundo, María le traería de nuevo los pedazos”.
Respeto por la persona
El último punto en el cual se nota la consonancia de opinión entre el cura párroco de la Courneuve y el abad de Claraval, es la preocupación común por el respeto a la persona. Ni el uno, ni el otro quieren tratar bruscamente la persona en su marcha hacia Dios. Partirán de las aspiraciones de su corazón, sin pretender imponerle del exterior algún comportamiento. Para san Bernardo, el corazón se despierta lentamente a la caridad perfecta, y no empieza por el amor más espiritual sino por la carne: “ya que somos carnales, tenemos que amar primero carnalmente”. Este amor carnal nos llevará a amar a Cristo, verdadero hombre, y a dejarnos conducir por Él hasta el amor de Dios-espíritu. El alma se eleva así poco a poco, acogiendo la condescendencia de Dios para con ella. Podemos descubrir esta actitud en el padre Lamy en los consejos prácticos que da a los confesores, como por ejemplo, su deseo de marchar al paso de aquellos que le están confiados, su preocupación de respetar el crecimiento progresivo de las almas, de manejar a las personas con una gran delicadeza, y de “no mandarlas al matadero”
Pero es sobretodo el apego radical a Jesús Salvador, en su humanidad y en su Pasión, que hacen del padre Lamy y de Bernardo de Claraval, almas tan enérgicas, absolutamente ardientes de caridad divina, la cual no les dejará ningún descanso.